x Justin Navarret
El chicharrón o abisinio (como vulgarmente lo llamabamos los pescadores de Ribadeo) era en los años de la postguerra-de los cuarenta a los cincuenta- un plato que (como el tocino) sacó mucha hambre en todo el litoral cántabro, tanto en la parte oriental como en la occidental, ya que toda la costa estaba necesitada de calorias estomacales y este “humilde” (pero muy rico) pesado fue el principal sostén alimenticio de muchas familias, no solamente pescadoras, sino también del interior.
La cesta de la compra-como hoy se dice- para las amas de casa eran un primor unos chicharros con su fina grasa, bien fritos, en escabeche o asados a la plancha. Algunos los salaban y una vez curados era plato exquisito, dándonos el chasco de que estabamos comiendo el mejor bacalao irlandes.
Era muy raro el día que no se comiera chicharro y ¡gracias que se podía comer!...¿Quién no recuerda el hambre que nos sacaron los chicharrones? Las gentes y pueblos se preguntaban al unisono: ¡Que! ¿Hay no muelle no chicharrón? Si la noche era propicia para su captura, nunca faltaba este abundante y barato pescado.
El chicharrón se pescaba siempre de noche, sobre todo cuando no habia luna. Al atardecer las lanchas se hacian a la mar para estar en el lugar más idóneo y de la abundancia. Llegada la sombra de la noche, ibamos todos en cubierta hasta que descubriamos que el agua “ardía” en algún lugar. Dabamos la voz de alarma y el patrón dirigia para allí la embarcación. Se acercaba al “ardor” y casi siempre se pescaba.
El ver la mar arder en noches oscuras es algo magnifico, aunque a algunos les da miedo y pavor verla ¡Vamos al ardor! Deciamos cuando nos dedicabamos a esta pesca. Por cierto que nunca he visto en ningún diccionario la palabra ardor y que se refiriera a esta clase de pesca, en cambio veo con pena como “cazan” a las primeras de cambio cualquier palabra inglesa o francesa.
El chicharrón se acercaba a la costa a su desove, en los meses de diciembre, enero y febrero. Yo creo que también en todo el invierno. Su captura se hacía con fuertes y largas redes de cerco; las tarrafas que se dedicaban a esta pesa, por lo general, eran pesqueros con un tonelaje entre registros del orden de las veinte y cincuenta toneladas. Las copadas eran impresionantes. Yo persencié algunas de estas que sobrepasaron las ¡doscientas! Toneladas. Habia que pedir auxilio a otros pesqueros para que nos aguantaran el corcho y poder llevar a buen término la redada. Las tarrafas o baracos nodrizas, no echaban el pescado a su bordo, sino que cargaban a aquellos otros que se dedicaban al acasrreo que lo llevaban a tierra. Yo ripulé algunos de estos, tales como el “Capuchino”, “Dos Amigos” o “La Perales” de la matrícula de Ribadeo. Nos cogiamos al cerco (a la red por el corcho) fuertemente amarrados y fondeados con pesados “risones” o “ponveiras” y se procedía a la carga, faena que duraba cuatro ó cinco horas; el trabajo era arduo, durisimo, las zarandas y trueles entraban rapidamente en acción y con el sudor corriéndonos por todo el cuerpo (a pesar de ser la noche fria y en invierno) se llenaban las bodegas y los espacios de las mismas y toda la cubierta hasta hundir el francobordo y dejar el barco al mínimo para la navegación.
La pesca del chicharrón era francamente buena y nos dejaba unas perras dificiles de ganar con otras artes, sobre todo en invierno; pero también tenía sus riesgos. Algunos barcos llegaron a hundirse por exceso de carga (la avaricia rompe el saco, se dice) viéndose sus tripulantes muchas veces en apuros, sobre todo si la mar se embravecía en la recalada con la rica carga. Era raro en la costera que no pasara algún percance y en ocasiones tragedias que costaban vidas.
Las tarafas en la mar embarcaban a uno de sus tripulantes en los buques carreteros para que vigilaran y controlaran la cantidad del pescado vendido y el precio del mismo en las distintas rulas.
En los puertos del Masma y del Occidente de Asturias casi siempre se vendian veinte céntimos más barato que en Avilés o Gijón. Estos con La Coruña y Santander eran los puertos preferidos y en ellos casi siempre se vendía veinte céntimos más caro. Si en Ribadeo, Tapia o Foz se vendía a dos perronas, en La Coruña, Avilés o Gijón se vendía a cuatro perronas (cuarenta céntimos). La opción no ofrecía duda alguna, ya que vendiendo en éstos últimos puertos se aseguraba una marea el valer el doble. En Foz, Burela, Vivero, Cariño o Tapia las plazas y las fábricas estaban saturadas de abisinios y en muchos casos había que devolverlos a la mar o malvenderlos o incluso regalarlos. Muchas fábrias vendían sus preparados de chicharrón al Ejército y a provincias del interior de nuestra Patria. En fresco, alados, en escabeche o al baño María, podemos decir que era "PLATO NACIONAL" sin equivocarnos. Los precios eran asequibles par cualquier economía y pobres, ricos y asalariados participaban en el festín del chicharrón. Los vendedores de a pie se desplazaban a las aldeas y pueblos cercanos para cambiar los peces por patatatas, harina, tocino y otras "viandas". Recuerdo ver regresar a mi buena madre de algún trueque, contenta, eufória y llena de satisfacción y comentando que la transación había sido positiva y añadiendo que gracias a esto al día sigueinte se comería un buen caldo o unas sabrosas patatas que nos sabían a gloria. Asi que los invasores "abisinios" en nuestra costa, venían en son de paz a traernos lo que serviría para sacarnos de apuros alimenticios. La alegría en los trs o cuatro meses de costera era ostensible en todo el ámbito pescador y ello hacia que los inviernos no se hicieran tan penosos. ¡Cuántas veces oí decir viva el chicharrón!
Este indudable bienestar que nos trajo el chicharrón, se hizo extensible a los buenos labradores, quienes, además de disfrutar comiendo tan rico pescado (que para algunos era un manjar), con los despojos, cabezas y desperdicios que las fábricas les proporcionaban, les servían como ubérrimo abono de sus tierras que daban unas cosechas apabullantes. Los campesinos venían con sus carros, "zorras", caballos y burros desde lejanas aldeas y a la vezque hacían un gran favor a los fabricantes por retirarles los desechos del pescado, sus cosechas eran multiplicadas lo menos por dos.
Al t érmino de la campaña del chicharrón en Ribadeo se hacian fiestas con el "Baile de la Escama" que consistían en preparar el pescado salado y curado, cocidos con cachelos y en Foz celebraban el "Baile do Ollo". Los tiempos del hambre se veían un tanto olvidados a pesar de los apretones económicos que había en el País. Así que el chicharron, año tras año, servía para alimentarnos a todos y gracias a tan rico pescado podiamos vivir un poco alegre aunque en todas las latitudes las pasaban canutas. Por ello clamorosamente deciamos: ¡VIVA EL CHICHARRON!¡VIVA!
Al t érmino de la campaña del chicharrón en Ribadeo se hacian fiestas con el "Baile de la Escama" que consistían en preparar el pescado salado y curado, cocidos con cachelos y en Foz celebraban el "Baile do Ollo". Los tiempos del hambre se veían un tanto olvidados a pesar de los apretones económicos que había en el País. Así que el chicharron, año tras año, servía para alimentarnos a todos y gracias a tan rico pescado podiamos vivir un poco alegre aunque en todas las latitudes las pasaban canutas. Por ello clamorosamente deciamos: ¡VIVA EL CHICHARRON!¡VIVA!
LA COMARCA DEL EO 1.988
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