miércoles, 6 de octubre de 2010

MENSAJE A LOS VIVOS

DESDE ESTA ORILLA (Publicado en la Comarca del Eo, el 19 de julio de 1959)
 Desde hace algún tiempo, vengo acariciando la idea de escribir algo acerca de la emigración; lo hago hoy contando de antemano con la piadosa benevolencia de mis convecinos de ayer y de siempre: los afortunados habitantes de la región del Eo, a quienes especialmente van dedicadas estas líneas. Por otra parte, la movediza barrera de líquido elemento que nos separa, es más que suficiente para asegurarme una impunidad perfecta hacia posibles disconformes con mi opinión.
 Desde los tiempos de Colón hasta nuestros días, las repúblicas americanas de habla castellana han sido la Meca de innumerables españoles en su mayoría del Norte y muy en especial de Galicia; no en vano, con el nombre genérico de <<gallegos>>suelen designar aquí a los españoles en general, con regocijo de los de Chantada y desesperación de los de Sabadell.
Atraídos por el señuelo de una fácil riqueza o una vida mejor los unos, anhelando conocer nuevos horizontes, otros, el que más y el que menos llega a las Américas con un voluminoso bagaje de ilusiones y proyectos, que no siempre llegan a cristalizar.
 Influye en grado sumo en sus ánimos, la visión no desvanecida de los que tienen la suerte de volver triunfadores; en sus mentes perduran los deslumbrantes cromados de los <<haigas>> (máximo símbolo de prosperidad) y las no menos brillantes corbatas de colorines, anillos y demás cencerros con que estos amigos suelen adornarse.
 Muchos habrán sentido admiración al verlos, hasta envidia otros, pensando que están ante un hombre afortunado al que conocieron en la nada, pero, a pocos se les ocurrirá pensar que están ante un Héroe de la Voluntad y del Trabajo.
 A pocos se les ocurrirá pensar que bajo la frívola corbata de colorines late un corazón cansado por largos años de lucha; que bajo la repujada hebilla que corona su voluminoso vientre, se oculta un estómago hecho trizas por las laboriosas digestiones de la región tropical, que los dedos, en fin, que hoy muestran una brillante exhibición de joyería, han lavado, quizás, tantos vasos, que de ponerlos en fila llegarían al otro lado del Océano.
 Y a pesar de todo esto, ¿quién se atrevería a negar que la carrera de <<indiano>> es, para el hombre de todas las categorías sociales, una de las más seductoras? En las regiones, todavía vírgenes de algunas repúblicas americanas, abunda el petróleo, maderas finas, riquísimos veneros de minerales preciosos, (el caso, naturalmente, es dar con ellos) y las manadas de deliciosas huríes, cuyas epidermis copian desde el ébano puro al pétalo rosado, abarcando el canela, el azafrán y toda la escala de tonos posibles.
 Todo esto espera al hombre, (América no es lugar para mujeres) libre de compromisos familiares y de obligaciones graves. Un hombre, como dice don Ernesto, es como un pájaro o un pez.
 Pero lo que entristece, lo que deprime, son los éxodos en tribu, la emigración de padres con hijos, gatos y demás enseres domésticos. Esos trasplantes que están condenados, en un noventa y nueve por cien de los casos, al fracaso económico y sobre todo moral.
 Me llenaría de satisfacción que estas líneas llegaran oportunamente para disuadir a algún padre de familia que tuviera el propósito, para mí descabellado, de emigrar en masa: Tu tienes un empleo o un modo de vivir y de sostener, sino rica, al menos decorosamente a tu familia; te gusta, y lo consideras de justicia, después de las cotidianas labores, salir a dar un paseo, fumar un cigarrillo, entrar en un <<chigre>> y en compañía de tus amigos al calorcillo estimulante de un <<blanco>> criticar a algún concejal; vas con la familia al cine varias veces por semana; acudes los domingos al fútbol, en verano te agrada bogar en un chalano por la ría o dormitar perezosamente en la playa, no pierdes fiesta ni romería y sobre todo la unión, la fraternidad que existe en nuestros pueblos y que hace prácticamente imposible que si te ves aquejado por alguna desgracia no recibas ayuda y consuelo de tus convecinos.
 Tú que de eso disfrutas considerándolo imprescindible y aún escaso, que sin darte cuenta vives como rico sin serlo, ¿pretendes ir a América?
 Las familias emigrantes, hacinadas en las grandes ciudades o perdidas en la inseguridad del campo o el ambiente fabril de las regiones petroleras, desenvolviéndose en medios completamente extraños para ellos y a veces hostiles, separados, porque así lo exigen muchas ocupaciones, los miembros de la familia la mayor parte del día, no tardará el día en que todos y cada uno de ellos vuelvan los ojos hacia atrás y suspiren arrepentidos. Las delicias de la hermosa tierra que abandonaron serán su obsesión.
 Sólo me resta decir, que me sentiría orgulloso y satisfecho si en la próxima romería de Santa Cruz, entre el jolgorio que inunda el ya legendario monte, con la contagiosa y sana alegría de las gentes del Eo, algún padre de familia, mirando a su mujer y a sus hijos que apuran un vaso de vino entre trozo y trozo de empanada, recordara en voz alta: << y pensar que no estaríamos aquí si no fuera por…>>

JUAN CARLOS PARAJE
México, 2 de mayo de 1959


 

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